Su rostro mora en mis oprobios.
Se cuela por los ventanales,
en las rendijas de un nosotros
negado, pasado, pasado.
Se le oye silbar en el viento,
recitar su voz en los cantos,
escuchar su risa en las flores,
dejar su olor en los campos.
Su lengua me lame las manos,
endulza mi pueril patraña
con su fulgor incandescente
y su rostro de altiva maja.
Su ausencia suena en mis palabras.
Unas palabras que me niegan
un lugar donde, hecho brazas,
he de caer muerto, muy muerto.
01/08/2014
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